Crímenes y castigos de América

José Mª Peredo. Catedrático de Relaciones Internacionales y Comunicación.

Joyce Carol Oates ha asumido la responsabilidad moral de contar la historia de Estados Unidos desde la vida cotidiana de algunos americanos corrientes, nacidos libres e iguales ante la ley, pero sin posibilidad alguna de alcanzar la felicidad. Sus novelas ponen sobre la mesa de la cultura contemporánea, una tras otra, un documento notarial para dar fe de que la ilusión del progreso político y social es inviable. No solo denuncia, como hicieron los clásicos del realismo decimonónico, el miserable destino manifiesto provocado por la injusticia, y los míseros contornos donde no había llegado la primera fase del desarrollo de la democracia liberal. Sino que delata en sus relatos, como lo hiciera Dostoyevski en sus novelas, la esencia infranqueable del mal, cuyos límites insólitos pero verosímiles trazan en la vida de la mayoría silenciosa, una línea empapada de tintes negros y blancos, que no deja margen ni espacio para la esperanza. Joyce Carol Oates mira, siente, e interpreta. Al terminar su historia, apaga la luz, oscurece el sueño de América y se marcha.

Violet Kerrigan, la protagonista de Delatora es la hija pequeña de una familia de origen irlandés del norte de Estados Unidos, que una noche ve a dos de sus hermanos mayores volver a casa después de haber asesinado a un joven negro de un barrio colindante. Sin saber de qué se trata, sospecha que algo ha ocurrido y aunque no tiene intención de hablar no puede ocultar, en su inocencia, la verdad. Cuando sus hermanos son condenados, tiene que irse a vivir con sus tíos, repudiada por su padre y por toda su familia por delatora. A partir de ese momento vive una angustiosa vida de soledad, desamparo y de arrepentimiento, entre vejaciones y tormentos.

La novela, aunque distante y distinta, recuerda aspectos de las historias de Los Hermanos Karamazov y de Crimen y Castigo en su argumento. Una familia unida por unos lazos de sangre que de repente se rasgan ante la acometida atroz del mal que les desgarra. Un padre despótico, despreciablemente convencido de una estructura de valores que antepone su identidad a la justicia y la mentira a su hija pequeña, Violet. Unos hijos siervos de un entorno patriarcal. Dos jóvenes asesinos esperando el momento de desatar su violencia racista en la América actual. El asesinato injustificable. La irracionalidad que todo destruye. Una justicia embarrada entre las opiniones sociales, las medias verdades y los testimonios inciertos. Una creencia religiosa que no resuelve la pugna entre lo moral y lo inmoral. La división racial y de género, malvada y bastarda, que alimenta el odio social y la división familiar como un moderno Smerdiakov, sin rostro ni nombre, pero enteramente real. El injusto destino judicial de Dimitri Karamazov y la condena social de Violet Kerrigan a vagar por las calles de South Niagara, en busca de un novelista, hombre o mujer, que de testimonio de su verdad. 

Aprovecha, además, Joyce Carol Oates, para recordarnos que la historia que nos cuenta no es exactamente de hoy. Se fragua entre 1992 y 2005 cuando Estados Unidos parecía el indestructible vencedor y referente en el exterior, aunque padeciera todo ese odio en su interior. Como Dostoyevski, la novelista americana tampoco aclara el horizonte de las grandes políticas de estado. Simplemente expone asuntos como la constante incapacidad del ser humano por vencer a la inmoralidad; la creciente distancia entre el relato del poder y la vida de los ciudadanos; la insalvable diferencia entre la servidumbre y la libertad; y la minúscula esperanza de que después de haber vivido sola y desamparada, Violet Kerrigan pudiera tener la oportunidad de ser enteramente feliz. Contenido relacionado“El racismo siempre ha estado ahí en Estados Unidos y siempre va a estar”Abierta la polémica sobre el racismo en el Reino UnidoRacismo, dicen, en la Corte de Saint James.

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