La línea roja de Obama

Si el Congreso de Estados Unidos lo aprueba, que lo hará, y se aportan algunas evidencias más sobre la masacre de civiles provocada por las armas químicas en Siria, una coalición internacional occidental liderada por los norteamericanos va a intervenir en el conflicto. Que no haya dudas. La justificación de la acción militar tiene una fundamentación moral y ha sido expuesta públicamente: responder a la advertencia de que no es admisible el uso de armas químicas o, en su caso, nucleares, en una región encendida por el odio, la violencia y por la rivalidad de las creencias y los intereses estratégicos de los actores y potencias implicados.

Que tampoco haya dudas con respecto a las intenciones de los responsables de la masacre. El Asad, o quien haya ordenado la matanza junto con él, ha pretendido situar al Presidente Obama frente al definitivo éxito o fracaso de su doctrina exterior. El “leading from behind”, que ha consistido hasta el momento en reforzar la diplomacia y la inteligencia; observar con atención los cambios de liderazgo en Irán; apoyar con prudencia la revolución y la contrarrevolución en Egipto; apaciguar a los israelíes; y no intervenir en Siria hasta que se produjera un ataque no convencional. Un conjunto de planteamientos doctrinales que han llenado de esperanza y desilusión las arenas de la discordia en Oriente Medio y que en las próximas semanas van a ser refrendados u olvidados en función del resultado de la iniciativa.

Los argumentos políticos que acompañan a la decisión de responder al régimen sirio con una acción selectiva o quirúrgica (“ataque punitivo”, en palabras del Presidente del Council of Foreign Relations, Richard Haass) no han sido tan explícitos, aunque resulten aún más evidentes que las justificaciones morales. Intervenir de una manera contundente e inequívoca ante una acción provocadora y asesina, proyectaría confianza a los países implicados o afectados por la guerra. Turquía y Arabia Saudí verían respaldado su apoyo a las fuerzas rebeldes que luchan contra el régimen de Damasco. Israel, a su vez, vería reforzada su estrategia de mantener una atenta distancia en el conflicto, pero también su advertencia de responder militarmente a cualquier amenaza contra su seguridad. Más aún si la amenaza viniera de Teherán y de su programa nuclear. Y si finalmente la respuesta resultara eficaz en términos militares, el “ataque punitivo” (mediante el uso de misiles tácticos) y “no coercitivo”, en la jerga de la Casa Blanca, podría equilibrar el rumbo estratégico de la guerra, de momento favorable al régimen de El Asad.

.Además de internacionalizar el conflicto y desestabilizar los mercados, la acción conlleva al menos un riesgo y varias incertidumbres que deben de tomarse en consideración. El riesgo fundamental se encuentra en la posibilidad de una segunda respuesta del ejército sirio que puede ser aún más dura y podría dirigirse contra actores no implicados abiertamente en el conflicto, Israel o Líbano por ejemplo. Las incertidumbres pasan por la actitud del nuevo gobierno iraní y de su líder Rohani, quien pondrá a prueba en la crisis el carácter moderado que le permitió suceder a Ahmadineyad. Y pasan también por la interpretación que haga el gobierno israelí sobre el resultado de la acción.

Obama está en el borde de una línea roja que él mismo ha pintado sobre el suelo de Oriente Medio. Cameron y Hollande en alerta naranja, para convencer a sus parlamentos del acierto de la estrategia. Y Europa, Alemania y Rajoy, instalados en la oscura sombra de la duda. Ninguno debería de olvidar que la finalidad de cualquier objetivo político en Siria tiene que ser la de propiciar el fin de la violencia a través del impulso de una negociación multilateral que deponga el régimen de El Asad y genere un marco de reconstrucción del país. La paz es la victoria, cualquier otra razón ha sido derrotada con el gas y las armas.

 

José María Peredo Pombo

Catedrático de Comunicación y Política Internacional UEM

Sobre el Autor

Publicaciones de la redacción del observatorio.

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