La Geopolítica de las energías renovables

Los recursos energéticos no se pueden entender sin la geopolítica. A lo largo de la historia, las diferentes potencias han maximizado su poder mediante la posesión y comercialización de recursos energéticos. Tanto es así, que durante los siglos XVIII y XIX el carbón fue el principal sustento de la economía del imperio Británico. A partir del siglo XX, comenzó la explotación comercial del petróleo bajo el mando Norteamericano, siendo actualmente el combustible más utilizado a nivel global. Con la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960 “la hegemonía entre los productores de crudo estuvo compartida entre productores OPEP y productores no OPEP”[1]. Hoy, los mayores poseedores de reservas de tan apreciado recurso son Venezuela, Arabia Saudí y Canadá (CIA World Factbook, 2015). En cambio, los principales productores son Rusia, Arabia Saudí y Estados Unidos.

Aunque el control sobre el petróleo otorga un lugar preferente al Estado en el orden internacional, debemos recordar que los recursos fósiles tienen fecha de caducidad, ya sea por sus límites geológicos o por la excesiva contaminación que producen y sus consecuencias sobre el planeta. Jevons lo venía anunciando desde 1865, cuando en su obra “The Coal Question” advirtió al gobierno británico de que su supremacía gracias al carbón no era más que transitoria, pues la fuente de energía de la que dependía terminaría tarde o temprano.

Por tanto, el cambio de modelo energético hacia una mayor sostenibilidad se hace cada vez más necesario y evidente, y con él un nuevo diseño de la geopolítica mundial. Hace no demasiados años las energías renovables suponían un compromiso al que teníamos la opción de sumarnos. Hoy, en cambio, hablamos de una necesidad que nos exige la propia realidad.

Es evidente que los combustibles fósiles y la forma en que se comercializan han generado una importante inestabilidad en las relaciones internacionales. A comienzos de los años 70 y como consecuencia de la Guerra del Yom Kippur, los países árabes de la OPEP impusieron un embargo sobre las exportaciones destinadas a Estados Unidos y Holanda. La dependencia sobre estos países y la agresiva política de precios que la OPEP puso en marcha, hicieron que el precio del petróleo pasara de los 3 dólares por barril en 1973 a los 35 a finales de la década. De esta manera, las principales petroleras occidentales invirtieron grandes cantidades en la exploración y producción de recursos ajenos a la OPEP. Lejos de diversificar las fuentes de energía para reducir su dependencia, EEUU optó por debilitar el poder de la OPEP ofreciendo su apoyo político-militar a países en disputa como Arabia Saudí y Kuwait frente a Irak e Irán[2].

De la misma forma, la invasión de Irak en 2003 eliminó del mercado casi medio millón de barriles diarios durante varios años, aumentando así su precio. Las continuas fluctuaciones sobre el precio del petróleo y el absoluto control que los países de la OPEP pueden ejercer sobre el mismo, aumentan de manera significativa la inestabilidad en el orden mundial. Si a este hecho añadimos la exponencial demanda de países emergentes como China e India, las consecuencias sobre el orden internacional pueden ser fatales.

Es por todo ello que el cambio de modelo energético supone la mejor opción de futuro. En primer lugar se puede decir que se trata de una exigencia del planeta, pues el nivel de contaminación continúa al alza y las energías fósiles terminarán por extinguirse. En segundo lugar, cambiaría la excesiva dependencia tanto de los países exportadores como del recurso en sí mismo y con ello la inestabilidad que producen los constantes cambios sobre el precio del petróleo. Existe la posibilidad de que cada Estado fuese su propio productor de energía sostenible y que, en caso de no contar con la tecnología o recursos naturales suficientes para abastecerse, recurriera a la importación de dicha energía.

Hechos como la reciente celebración de la COP 21 por parte de las Naciones Unidas o las políticas en materia energética de la Unión Europea, demuestran que al menos existe cierta concienciación sobre el tema. No obstante, el lobby a cuyos intereses beneficia el modelo establecido, concentra enormes cotas de poder que difícilmente se pueden desafiar y, por lo tanto, el ritmo del cambio será más lento de lo que la realidad exige.

 

[1] Escribano, Gonzalo. “Fragmentación y cooperación en la gobernanza energética global”. Estudios de Economía Aplicada. Vol. 32-3. (2014). Págs: 1021-1042. 6 mayo 2016.

[2] Isbell, Paul. “El nuevo escenario energético y sus implicaciones geopolíticas”. Real Instituto Elcano. (2007). 6 mayo 2016.

Sobre el Autor

Estudiante de Derecho y Relaciones Internacionales en la Universidad Europea de Madrid. Principales áreas de interés: Oriente Medio, terrorismo, seguridad y defensa.

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