Donald Trump, el nativo americano

Durante la larga campaña de las Elecciones Presidenciales norteamericanas aparece con frecuencia algún candidato imprevisto en las encuestas que protagoniza los primeros debates, caldea el ambiente electoral y abre las puertas de la primera democracia del mundo a los votantes no identificados con las cúpulas de los partidos que la representan. Resulta menos frecuente, sin embargo, que después de las rondas primarias estos políticos díscolos se mantengan como front runners en las etapas decisivas de la carrera hacia la Casa Blanca. Ross Perot consiguió proponer una tercera candidatura en 1992 que restó votos a George Bush frente a Bill Clinton. Y Barack Obama logró imponerse a la favorita Hillary Clinton en la disputa demócrata de 2008. El perfil de este inusual tercer candidato responde generalmente a dos arquetipos: o se trata de un triunfador independiente cuyo éxito social proviene de un pasado ajeno a la actividad política; o se considera un outsider del partido cuyo mensaje cautiva a las bases no comprometidas con la línea oficial y congela la estrategia de los candidatos más estandarizados. Donald Trump reúne ambas características y mantiene hasta el momento sus opciones para convertirse en la principal opción republicana en las elecciones de 2016.

El millonario es el prototipo del self made man acostumbrado a no bajar la cabeza ante los banqueros y los Super-PACS representantes del Big Money, que apostaron por políticos tradicionales como Jeb Bush, equilibrado y experto gestor, pero incapaz de rebatir los argumentos simples y populistas del promotor neoyorkino. Argumentos con los cuales Trump ha desnaturalizado también el conservadurismo renovado de Ted Cruz y Marco Rubio apelando al corazón ideológico del votante republicano de base. De una manera similar a la que utilizó el joven Obama para sensibilizar el sentimiento de la izquierda demócrata en la campaña de 2008. Con propuestas radicalmente distintas a las de Trump, en aquel caso, pero con la misma idea de intentar llegar allí donde los mensajes oficialistas no llegan. Obama al corazón de la esperanza. Trump a las tripas de la desesperación.

Una estrategia de esta naturaleza suele servir para agitar la campaña pero no para proponer una candidatura solvente. Menos aún si está salpicada con tintes xenófobos y soflamas contra minorías y se expone públicamente con un tono inadmisible para un político que pretende liderar un país escrupulosamente libre en la expresión de la discrepancia y extraordinariamente relevante en las relaciones internacionales. Y que provoca además reacciones como la del Reino Unido donde el Parlamento debatió durante horas la petición de medio millón de británicos para declarar persona non grata al candidato republicano.

La exasperación del rude power frente a la atracción del soft power. Una tendencia que ha desarmado las predicciones de los Big Media cuando pronosticaban una súbita e inminente caída de Trump a las primeras de cambio, poniendo de manifiesto la decreciente capacidad de influencia de los medios tradicionales y la importancia determinante de los social media en este proceso electoral. La revista Time confirmaba hace pocas semanas que el fenómeno de la desintermediación jugaba en favor del magnate y de sus mensajes populistas con gran repercusión en las redes. 5,6 millones de seguidores en Twitter, cifra sólo superada por Hillary Clinton; 5,2 millones en Facebook, tres veces más que Cruz y 17 veces más que Bush; y 828.000 en Instagram por delante de la candidata demócrata, eran los responsables de que la insolencia mostrada por Trump en mítines y debates tuviera un efecto favorable, e inquietante, en un electorado no sujeto a la mediación de los formatos y líderes de opinión tradicionales.

Pero la insólita emergencia del estereotipo del hombre duro responde a factores culturales de mayor importancia que la cutrefacción de los mensajes en los new media. Por un lado es consecuencia del deterioro social provocado por la lenta y difícil recuperación económica que ha acentuado la desconexión entre política, sociedad y ciudadano. La polarización donde han vivido instalados los partidos e instituciones norteamericanas desde hace largos años está castigando a los políticos identificados como responsables de agitar una lucha permanente por hacer prevalecer los intereses particulares y electorales sobre el interés general. Y, por otro lado, es consecuencia de la debilitada cohesión entre minorías y grupos sociales, acrecentada por la crisis, pero también por los movimientos demográficos y la inmigración.

Cuando el entramado político institucional y el sistema de comunicación no consiguen integrar la diversidad de una sociedad en proceso de transformación como la americana en la actualidad, mientras los inmigrantes se multiplican y los partidos buscan votos entre las minorías ofreciendo políticas y soluciones a la carta, el americano medio se siente indefenso y debilitado. Busca líderes duros. Moralmente fuertes y renovados. Aunque sus valores no coincidan en rigor con los principios constitucionales. Martin Scorsese expuso con crudeza la realidad de una violenta y desestructurada sociedad americana en Gangs of New York. Daniel Day Lewis dio vida en la película a William Cutting, Bill el Carnicero, repulsivo y cruel líder de los native americans que asesinaban inmigrantes para mantener un supuesto privilegio, obtenido por el hecho de haber levantado una sociedad putrefacta, como la neoyorkina de 1846, pero concebida sobre unos principios morales que el personaje entendía como propios e inviolables.

El ascenso de Trump no tiene nada de aquellas raíces violentas porque sobre la historia de los Estados Unidos ha transcurrido una guerra civil, dos guerras mundiales y ocho años de mandato de un brillante presidente afroamericano. No tiene nada que ver porque la inmensa mayoría de sus simpatizantes han identificado desde hace largos años el rostro de la libertad. Lo han incorporado en su forma de ver el pasado y el presente. Y no permitirán que ningún candidato cuestione los principios sobre los que la inmensa mayoría de votantes entiende que se ha construido la grandeza de su nación. Los principios de la libertad y de la igualdad de oportunidades para todos los americanos.

Donald Trump no va a ser Presidente en 2016. Pero puede coinvertirse, sin embargo, en el mejor rival para Hillary Clinton si los candidatos republicanos no son capaces de ofrecer a los votantes el proyecto de una América mejor civilizada en un mundo cada más globalizado.

José María Peredo Pombo. Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid.

Sobre el Autor

Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid, donde imparte Comunicación Política Internacional e Imagen Exterior y Diplomacia Pública. Doctor en Ciencias de la Información (especialidad Relaciones Internacionales) por la Universidad Complutense de Madrid y Licenciado en Periodismo. Sus principales líneas de investigación son la política exterior de Estados Unidos, los lobbies y grupos de presión americanos, la cooperación española y la opinión pública internacional

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