Inteligencia artificial y la carrera por la supremacía global
Paula Rodríguez Rubio, Melisa Gómez Rodríguez, Patricia Fernández
En medio de una nueva carrera tecnológica, la inteligencia artificial se ha convertido en un campo de batalla entre Estados Unidos y China. Por un lado,Washington ha impuesto fuertes restricciones a la exportación de chips avanzados, buscando frenar el avance chino en sectores estratégicos como la vigilancia y el desarrollo militar. Mientras tanto, Pekín responde acelerando su independencia tecnológica. Esta disputa por el control de la IA no sólo redefine la competencia global, sino que configura el delicado equilibrio geopolítico entre ambas potencias.
China es la segunda economía más grande del mundo. Sin embargo, y aún por hoy, sigue sin superar a los Estados Unidos, al menos en cifras nominales (International Monetary Fund, 2025). Ahora bien, la carrera entre las dos potencias por la dominación de la IA refleja una competencia cada vez más equilibrada.
El sistema de Inteligencia Artificial, ChatGPT, desarrollado por la empresa estadounidense OpenAI rivaliza con DeepSeek, una versión china aparentemente igual de eficiente e incluso menos costosa de entrenar. Ambas se apoyan en una infraestructura tecnológica basada en chips que en su mayoría son producidos por la empresa NVIDIA con base en California.
NVIDIA actualmente produce el 80% de los procesadores especializados en IA utilizados mundialmente y lidera su revolución (Cusumano, 2024). Es por esto por lo que su tecnología se ha vuelto claramente estratégica para la potencia americana. Presidentes como Joe Biden y actualmente Donald Trump tratan de limitar la exportación de chips desarrollados por NVIDIA a China. Se exigen licencias especiales e incluso se han llegado a prohibir totalmente la venta para los modelos más capaces. Washington justifica dichas restricciones como medida de seguridad ante un “futuro incierto”. Aún con todo, DeepSeek provoca una gran preocupación teniendo avances significativos aún empleando chips menos potentes.
Por otro lado, Pekín no se queda de brazos cruzados. El mes pasado, China anunció nuevos microchips desarrollados por Alibaba que, al estar diseñados y fabricados en su propio territorio, escapan de los controles estadounidenses (Chia, 2025). Su propia infraestructura tecnológica en IA pretende igualar o superar la productividad de los chips de NVIDIA reduciendo el coste. Por estas razones cabe pensar que la línea de batalla se encuentra ahora en la infraestructura y no en la innovación.
Aún más, el gigante americano ha comenzado a presionar a varios países a elegir: con ellos, o con China. Este enfoque de suma cero fue expresado con claridad por el presidente de Microsoft, Brad Smith, en una audiencia del Senado sobre IA en mayo:
‘El factor número uno que definirá si EE. UU. o China ganan esta carrera será de quién sea la tecnología más adoptada en el resto del mundo’.
El término “inteligencia artificial” se originó en Estados Unidos en 1956, cuando John McCarthy, Marvin Minsky y otros científicos organizaron la Conferencia de Dartmouth, cuyo objetivo era “investigar formas en las que se pudiera hacer que las máquinas simularan aspectos de la inteligencia” (Stone et al., 2016). Durante las siguientes décadas, universidades como el MIT y Stanford lideraron la investigación en IA, siendo apoyadas incluso por el Departamento de Defensa (Lawrence Livermore National Laboratory, s.f.). Aunque los llamados “inviernos de la IA” frenaron temporalmente su desarrollo, a partir de los años 2000 Estados Unidos experimentó una gran aceleración en este campo gracias al aprendizaje automático, el big data y el surgimiento de la IA generativa, (con sistemas como ChatGPT) (MIT Lincoln Laboratory, 2019).
Por otro lado, China inició su desarrollo en inteligencia artificial varias décadas después, cuando el país comenzó a priorizar la modernización científica y tecnológica. Esta tecnología se convirtió en un área estratégica nacional a partir de 2006 con el “Programa Nacional a Medio y Largo Plazo para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología” (2006–2020), que, aunque no menciona directamente la IA, sí menciona la informática avanzada, la robótica inteligente, el procesamiento del lenguaje natural y otras áreas relacionadas. Sin embargo, es con el “Plan de Desarrollo de la IA” de 2017 cuando se observan avances significativos, ya que el gobierno fijó el objetivo de situar a China como líder mundial en la producción y el uso de esta tecnología para 2030 (Uber, 2020).
Actualmente, las empresas chinas desarrollan modelos de IA generativa y sistemas industriales y militares que compiten directamente con los de Estados Unidos, lo que convierte al país como el principal rival estadounidense en la carrera tecnológica.
La disputa entre EEUU y China por el dominio de la inteligencia artificial deja al descubierto tanto una competencia por el liderazgo como reiteradas preguntas sobre el futuro que estamos construyendo. La IA, se encuentra en plena evolución y tiene el potencial de transformar desde la economía global hasta las relaciones internacionales y los modelos de poder. Sin embargo cuando se convierte en herramienta de control, vigilancia o supremacía geopolítica, sus beneficios se ven opacados por los riesgos. En este contexto surgen interrogantes como ¿estamos preparados para regular y orientar la IA en favor del bien común, o dejar su desarrollo en manos de intereses estratégicos que priorizan la ventaja sobre la cooperación? Ya que en este escenario incierto, la inteligencia no debe ser sólo artificial, sino también ética y colectiva.