BRICS

Por: Rocío de los Ángeles Rodrigo Ávalos, Nerea Rodriguez del Campo y Jennifer Castellanos

El fin de la Guerra Fría marcó el inicio de un mundo en constante transformación, caracterizado por la aparición de nuevos actores internacionales, el auge de un sistema multipolar y una lucha permanente entre potencias por la influencia y la hegemonía en el nuevo orden global. En este escenario cambiante, surge la necesidad de analizar las distintas posiciones que ocupan los Estados y los nuevos equilibrios de poder que se configuran (Peters, 2022). Las prioridades internacionales se reordenan, dando lugar a debates que abarcan desde el ámbito político hasta el económico y diplomático. En este contexto, emerge una pregunta esencial: ¿dónde cabe España en este mundo multipolar?

El concepto de poder también ha evolucionado. Ya no se define únicamente por la fuerza militar, sino que incorpora otros ejes de influencia como la economía, la cultura o la tecnología. Estos factores adquieren un peso creciente y consolidan la idea de que el poder blando será una de las estrategias fundamentales para lograr posicionamiento internacional (Nye, 1990).

España, en este marco, posee un capital simbólico internacional que la sitúa como una potencia media con proyección global. Dicho capital se configura a partir de una historia compartida, reforzada por el sentido de nación y de identidad cultural, por una lengua de enorme alcance y por una riqueza cultural diversa y distintiva (Chislett, 2017). Sin embargo, la política exterior no puede limitarse a esos elementos: debe combinar ambición y realismo, analizar con precisión los ámbitos de influencia, aprovechar los medios disponibles y reafirmar su presencia internacional de manera sostenida.

Hoy, España no solo es reconocida como un país multicultural, sino también como un puente entre Europa, África y América Latina. Su posición geográfica privilegiada le permite controlar rutas marítimas estratégicas en el Mediterráneo y el Atlántico, convirtiéndose así en una pieza clave para la proyección europea hacia el sur y para la conexión entre distintos continentes.

En nexo con lo anterior, España cuenta con una economía que la sitúa como un país influyente en distintos ámbitos estratégicos. El turismo continúa siendo uno de sus pilares más sólidos, no solo como fuente de ingresos, sino también como una herramienta de proyección cultural y diplomática que refuerza su presencia global. En el ámbito energético, 1el país ha avanzado hacia un modelo más sostenible, consolidándose como referente en el desarrollo de energías renovables, particularmente la solar y la eólica. A ello se suma su reconocida capacidad en materia de infraestructuras, con empresas que operan a nivel internacional y que contribuyen a proyectar la imagen de una nación moderna, competitiva y tecnológicamente preparada. De igual manera, su apuesta por la tecnología verde y la innovación digital refuerza su papel en los sectores que definen la economía contemporánea, posicionándola como un actor relevante en las grandes transformaciones del siglo XXI (Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, 2021).

En este sentido, los datos del Índice Elcano de Presencia Global 2025 respaldan esta tendencia. Según el informe, la globalización actual es más dura y fragmentada, marcada por la rivalidad entre Estados Unidos y China y por el resurgir de factores como el poder militar y las políticas industriales. A pesar de este contexto de tensión, España mantiene la 13ª posición de 150 países en el ranking mundial, y lidera el crecimiento de presencial global dentro de la Unión Europea, registrando en 2024 el segundo mayor incremento entre los trece primeros países, solo por detrás de Estados Unidos (Real Instituto Elcano, 2025).

Sin embargo, este panorama, en apariencia favorable, deja entrever ciertos retos que no pueden pasar inadvertidos. Pese a que la incorporación a la Unión Europea ha supuesto innumerables beneficios, la excesiva dependencia del marco comunitario ha comenzado a revelar signos de vulnerabilidad económica. El profundo proceso de europeización intensificado tras el Brexit, así como la voluntad de ocupar una posición más visible y activa en la configuración de las políticas comunes, podrían, paradójicamente, derivar en una pérdida de autonomía nacional (Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, 2021). En determinados escenarios, este proceso, lejos de fortalecer la proyección de España, puede traducirse en una limitación de su capacidad decisoria.

Resulta, entonces, necesario repensar el equilibrio entre integración y soberanía, y apostar por una diversificación real de los mercados exteriores que permita adaptarse a cadenas de valor globales cada vez más complejas (Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, 2025). La línea es delgada, y depender en exceso de la red europea podría representar, a largo plazo, un obstáculo para la consolidación de una voz propia dentro del sistema internacional. De ahí la importancia de fortalecer los vínculos extracomunitarios, especialmente con América Latina, África y Asia, regiones donde España posee la oportunidad de proyectar su identidad, su lengua y su experiencia en cooperación.

Ante este escenario, el fortalecimiento de la imagen y credibilidad exterior del país se vuelveuna tarea prioritaria. Apostar por una diplomacia pública firme y coherente, capaz de coordinar la marca-país con la política exterior, constituye una condición esencial para garantizar la cooperación internacional y consolidar a España como una economía sólida y fiable en el orden global (Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, 2010). En este sentido, el desafío no radica únicamente en mantener presencia, sino en proyectar influencia: potenciar su soft power, resaltar sus valores culturales únicos y buscar un equilibrio entre la europeización y la autonomía nacional. Solo así España podrá destacar como un actor propositivo, estratégico y de gran valor para la comunidad internacional, capaz de combinar identidad, ambición y coherencia en un mundo cada vez más interdependiente y competitivo (Molina, Badillo, González y Tamames, 2022).